El presidente Rodríguez ha decidido remodelar su gobierno, viene el pelo aquello de que “a la fuerza ahorcan”, no le quedaba otra. Un año después de las elecciones y el ejecutivo haciendo aguas por todas partes. Rodríguez es un presidente para épocas de mucha, mucha, mucha bonanza en las que no tenga que hacer nada más que sonreír y decir naderías con esa estulticia verbal que los dioses le han dado. Él no puede hacer frente a los problemas, no está en su naturaleza leve, él es un posmoderno que desconoce el sentido del término, un culisilente durante muchos años en los que fue afilando cuchillos para su venganza particular.
Ahora anda sonado, perdido, adulado por su camarilla tan perdida como él. Las cosas se han puesto muy feas, lo negaba, mentía, pero la realidad es tozuda y aquí están millones de parados. Solución, más deuda, hasta reventar, después de mí, el diluvio.
En esta remodelación, mejor crisis, ha sido cesada Magdalena Álvarez, que ocupó la cartera de Fomento, y a la que por adelantado expreso mi respeto personal. La ministra, pues conserva el tratamiento de manera vitalicia, ya es uno de los retratos de malagueños – uso el sustantivo genérico para no empezar a pegarle patadas al idioma; de manera que entienda el lector que digo malagueños y malagueñas – que forman la galería de los paisanos que han llegado a ser ministros a lo largo de la historia.
No es este un artículo político en sentido estricto y no voy a entrar en el análisis de su actuación al frente del ministerio; lo que está claro es que ha servido fielmente a Rodríguez pues, además del trabajo desarrollado, ha sido objeto de infinitas chanzas por su modo y manera de ser y de expresarse, con lo que el foco de las críticas le ha dado de lleno, tan de lleno que se ha ido quemando en estos años.
Una vez cesada se han publicado artículos y se han emitido opiniones por docenas; como es natural al tratarse de una persona de la vida política estas opiniones han sido para todos los gustos; desde las críticas más duras a los panegíricos, nada, lo normal, lo de siempre. No obstante, me ha llamado la atención de que se la compare con Antonio Cánovas del Castillo y que, poco menos, que se haya afirmado que la ciudad existe gracias a su gestión. Nadie razonable puede creerlo sin reír. La labor de un ministro es acabar lo empezado e iniciar lo programado, amén de aprestarse a nuevas empresas. Repásense las hemerotecas y se verá con la fiabilidad de las fechas que los proyectos que se atribuyen en exclusiva a su gestión tienen precedentes y coautores, lo que sucede es que la memoria es flaca, demasiado.
Desde el respeto que he expresado más arriba y que reitero, comparar a Álvarez con Cánovas es una barbaridad inimaginable para cualquiera que tenga conocimientos sobre el “Monstruo”, como lo llamaban por su extraordinaria capacidad oratoria, intelectual de primera fila, historiador eminente, el gran especialista en los austrias menores, el político español más importante del siglo XIX con diferencia, no seguiré porque escribiría un libro. Las ciudades suelen ser madrastras pero Málaga ha sido justa con Cánovas y su retrato preside el Salón de Espejos del Ayuntamiento, así como nos honramos con su estatua. Establecer comparativas con lo hecho en Málaga por Cánovas y por Magdalena Álvarez con más de un siglo de distancia es inadmisible desde todos los puntos de vista.
Bueno es tener ministros de la tierra y políticos que estén en las cocinillas del poder pero las cosas en su lugar porque de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso. Estoy seguro de que a Magdalena Álvarez no se le ha ocurrido nunca compararse con Cánovas del Castillo, que lo hayan hecho otros, pues nada, a leer la biografía del creador de la Restauración del profesor Elías de Mateo, que está muy bien escrita y se aprende mucho; al fin y a la postre es sólo un problema de cultura.
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