¡Cobarde!

Insultar está feo, muy feo, y no por ello el insulto deja de ser uno de los constituyentes más expresivos del idioma; claro está que insultar a lo tonto y a lo loco es una cosa y otra, muy diferente, insultar bien, haciendo todo el daño posible que es el fin último del insulto. Este segundo tipo de insulto es muy escaso, exige inteligencia y recursos de ironía y humor. Insultar en política está feo, muy feo, y no por ello la turbamulta, no demasiada en honor a la verdad, se lanzó a poner a parir al PP en Benalmádena en el pleno en el que se sustanciaba la moción de censura. Eran insultos primarios, toscos, aprendidos en poco tiempo, de fracaso escolar, redundantes, con Franco, siempre Franco, como recurso; en fin, unos insultos pedestres que no merecen el calificativo de tales, mejor, hay que considerarlos eructos, palabra con similitud fonética.

El insulto es un recurso y el lenguaje no puede abdicar de sus mecanismos más rentables como es el caso. Hoy no se insulta bien, nada bien. En la tradición parlamentaria española hubo épocas donde las señorías se ponían como chupa de dómine con sin igual gracejo y conocimiento del español, eran los parlamentos del XIX, de la Restauración y de la República. Se dirá que no hay tradición reciente, no tanto, no tanto, llevamos más de treinta años de democracia y se sigue sin hacerlo medianamente bien y es que la oratoria parlamentaria no levanta cabeza, la culpa, ya se sabe, de Franco.

De entrada existe un lugar común, la izquierda no insulta, es pacífica, es suave, es inteligente, razona, dialoga, medita, es culta; la derecha es cerril, ignorante, gritona, arriscada, cavernícola; este tópico se repite y se repite en los medios de comunicación. Ni lo uno ni lo otro. Los políticos se enfrentan y no pasa nada, absolutamente nada por dar color al idioma. Si alguien llama podrido al escándalo de la Plataforma Digital de la Música Andaluza por haber favorecido descaradamente a una empresa, uno de cuyos propietarios, hasta muy poco antes de recibir el regalo, era, quizás lo siga siendo, pareja de la Directora General del tema que me ocupa, cosa que no me importa lo más mínimo en lo personal, es, ponga aquí el lector cualquiera de los calificativos que enumeré arriba; pues no, nos encontramos con hechos probados que, políticamente, huelen a podrido y me quedo corto. Eso no es insultar es llamar las cosas con algunos de los nombres que se pueden usar.

El victimismo se da muy bien a la izquierda, se llamaba Bambi cuando llegó con sus ojos claros y sorprendidos, abrazado a un muñeco de peluche llamado Talante, llevaba años acumulando rencor, sentado en el escaño, sin hablar, sin chistar, esperando la ocasión de acabar con los suyos y con los del contrario. Mucha gente lo sigue viendo así, un Bambi inocente, frente a un señor con barba que les parece Zeus capitolino. El PP, por aquello de uno de sus complejos, rebaja la crítica y la rebaja y la rebaja hasta hacerla saldo inane. Mira que no escarmientan. Lo políticamente correcto es poner la mejilla hasta que te la partan y sangre.

La izquierda populista de Rodríguez no va por ahí. Insultan cuando les viene en gana para gozo de sus secuaces. Si se afirma, con los datos en la mano, que Rodríguez tiene sus modelos en Chavez, en Evo, en la momia laica de Fidel, en Colom, bajo capa de Obama, es insultar y ponga el lector el calificativo que mejor le venga de la lista anterior. No lo es, estamos ante una evidencia. Si llamo a Rodríguez iluminado es porque creo que ese significado le corresponde con propiedad total, un iluminado muy peligroso que sabe vender poco pan para hoy y mucha hambre para mañana, ese futuro del que nos sacarán los demás porque aquí, en el reino de taifas, hay más quietos que parados.

¡Cobarde! grito Rodríguez en el calor del mitin, cuando todos los sudores y olores se hacían esencia de fundamentalismo. ¡Cobarde! gritó el valiente parapetado entre los suyos. Los grados aumentaban por segundos y la carnaza lanzada a la arena de las mentes vacías retumbó como un trueno. Eso no es insultar, eso es nada, una broma. El charlatán se sintió importante entre los rugidos. Ya se sabe que la izquierda no insulta, que es culta, tolerante, amistosa…

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